jueves, 19 de abril de 2012
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Todos tenemos un límite. Incluso los que por nuestra propia personalidad pensamos que para alcanzarlo deben llegar lejos... bien lejos... aún así se llega. Hay un tope, emocionalmente hablando, que puedes llegar a soportar, y cuando esa línea se sobrepasa tu alma sale fuera de tu cuerpo, como para coger fuerza. No sabes si hundirte hasta el fondo, salir a flote o directamente dejarte llevar... La última de las opciones, aunque parezca que no... la más difícil. Es tan complicado dejar expresar los sentimientos sin más... sin pensar que omitir para no dañar, aclarando cada palabra pensando que de esa forma se hará menos daño... por el contrario hay gente que esta convencida de que lo mejor es soltar la verdad como si de la bolsa de la compra se tratase. No me parece correcto decir las verdades de esa forma, como si te tirasen encima una jarra de agua helada, que ni secándote las gotas podrás olvidar, al menos de una manera inmediata. Decir verdades, decir lo que piensas de esta forma no puede ser bueno para nadie, incluyendo al valiente que lanza el agua... Todos podemos cambiar de opinión, con el tiempo, o simplemente después de una meditada reflexión, después de haber dejado pasar los nervios y pensando detenidamente... y amigo, ya será demasiado tarde... una vez que has lanzado el puñal, aunque luego te retractes ha hecho herida... y eso seguramente es lo último que todos queremos.
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