domingo, 26 de septiembre de 2010
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En la noche fría se reflejaban en el cielo los detellos de los rayos al tronar, la luz de las calles se había ido con mis ganas de dormir mientras esperaba en la ventana la luz de un nuevo día. Todos dormían, no tenía más compañía que la luna, la cual de vez en cuando se ocultaba entre las nubes grises. Cogí la manta y cerré la ventana en el momento en que empezaron a caer las primeras gotas de lo que sería una noche muy larga. Las pocas personas que estaban en la calle sin hacer mucho ruido a esas horas de la noche, corrieron a refugiarse a los portales. Los malos pensamientos una vez más habían vuelto para hacerme compañía, abrí la cama en un intento de poder dormir, y las imágenes empezaron a cobrar vida. No podía dejar que mi mente estuviese en blanco, pues me invadirían los recuerdos de los que esa noche quería huir. Pensé en mis amigos, y en lo que significan para mí y me tranquilice un poco, aunque en el fondo sabía que no era suficiente. Me dí una vuelta por la casa a oscuras, sentí el calor de mi hogar, y lo reconfortante que es sentirse en casa, protegida al menos de los factores físicos. Disfruté de las vistas al lago que me proporciona la ventana de la cocina, en ese momento la casa fue iluminada por un rayo estrepitoso que para mi sorpresa, no despertó a nadie. Aquella luz me permitió ver que una vez más no había guardado las botas de agua, se encontraban al lado de la puerta, haciendome creer que era fácil escapar de aquella situación, me lo pensé dos veces, eché la vista atrás a la ventana y al no encontrarme con la luna decidí salir a buscarla. Me puse las botas y el abrigo encima del pijama y baje las escaleras que daban a la calle lo mas sigilosamente posible. Pisé la calle, y gota a gota se fue empapando mi pelo. Andé rápido por la calle oscura mirando al cielo, no encontré a la luna en ningún lado. Me adentré en el parque, se escuchaba con claridad el ruido que hacían las gotas de agua al chocar contra las piedrecitas del camino. Olor a tierra mojada, aire limpio y renovado, libertad de sensaciones. Me dirigí al lago sin ningún propósito mientras que la lluvia purificaba el viento. Las diminutas gotitas hacían pequeñas hondas en la superficie del agua, y fue ahí donde la encontré, en el fondo del lago aparecía reflejada aquella luna redonda y llena de luz blanca. Miré al cielo y pude comprobar que, al igual que yo, la luna también había huido, ahora no estaba sola, tenía su reflejo para hacerse compañía. La imité, pero las pequeñas hondas no me dejaban ver mi imagen reflejada. Me apoyé en un árbol y poco a poco comenzó a abrirse el cielo. Al ver la preciosa imagen me dí cuenta de que mis problemas habían desaparecido, y por miedo a que volviesen decidí dormirme, aunque esa noche no lo hice sola.
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