domingo, 16 de enero de 2011

II

Me desperté con calor aquella mañana, el frío invierno y el vapor saliendo de las alcantarillas se había esfumado. A mi lado se encontraba una preciosa mujer, que dormía profundamente, sin sospechar que quizás no volvería a verme. Abri el armario me vestí con ropa deportiva y salí de casa haciéndo el menor ruido posible. Dejé el movil apagado por si a aquella maravillosa mujer de ojos verdes, se le ocurría llamarme. Y si mis cálculos no fallaban, dormiría hasta estar totalmente descansada, se levantaría, me buscaría en el baño, en la cocina, en el salón y se dispondría a buscar su móvil para localizarme, con tan mala suerte que yo, lo tendría apagado. Se sentaría todavía en ropa interior en la cama, intentando varias veces que diese señal, y a la desesperación comenzaría a vestirse, se pensaría dos veces si hacer la cama antes de hacerla, para más tarde tirar de la puerta y marcharse a su casa. Y no volver a saber nada mas de mi. Y yo mientras tanto con el corazón acelerado, correría por el parque como cada mañana, con la esperanza de que, cuando volviese a casa para ducharme y comer, ya no habría nadie. Muchas veces me he encontrado con mujeres optimistas, que esperaban mi llegada, algunas incluso con un tentempié preparado, que trás la espera había quedado frío. En esas ocasiones me tocaba actuar, y confesar, que aunque me lo había pasado muy bien aquella noche, y realmente era encantadora, en mi armario no cabía lugar para unos tacones, ni en mi cuarto de baño se necesitaba un cepillo de dientes de más.

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