viernes, 26 de agosto de 2011

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Supe que encontré la verdadera razón para vivir cuando la vi cruzando la calle, de puntillas mirando a ambos lados esperaba impaciente la luz verde del semáforo, se la notaba inquieta, con prisas. LLevaba un abrigo rojo junto con unos guantes de lana de varios colores, sin duda llamaba la atención entre la multitud de gente. El semáforo, parpadeó amarillento, ella se quitó el gorro que calentaba sus orejas, como para coger impulso. Verde. Empezó a andar deprisa, como aquella gacela que no corría por no llamar la atención del león, aunque en este caso no lo consiguiese. La velocidad de sus andares no pasaba desapercibida, su cabeza ahora descubierta dejaba al viento una melena larga y marrón, bastante entretenida. Yo, al otro lado de la calle, disfrutaba de un café demasiado caliente, y limpiando el vaho que se formaba en la ventana por el frío de fuera, la vi desaparecer entre la muchedumbre. Y aunque todavía no lo sabia, ese no sería el único día que viese aquellos guantes de colores.No obstante, y ante aquel maravilloso espectáculo, delante de mi se encontraba otra preciosa mujer, que hasta ese momento pense que no tenía nada que envidiar a ninguna otra. Me dí cuenta de mi falta de respeto al comprobar que me estaba contando una historia reciente de su hermano, y reconociendo que estaba distraído y no me había enterado de nada, pedí perdón y volví a centrar la atención en lo que aquella fascinante mujer me decía, pero sin conseguir quitarme de la cabeza, ni aquel abrigo rojo, ni mi lengua chamuscada por aquel café. Aún así, esa noche conseguí no dormir solo. He de decir, y sin ningún afán de alardear de mis consquistas, que suelo dormir acompañado,aunque no necesariamente todas las noches de la misma mujer, y cuando duermo sólo, se deben siempre a mi propia voluntad o simplemente a cansancio. ¿Y por qué? porque nunca he encontado mujer que me acepte en mi locura, que me entienda, y que no espere de mí, más de lo que puedo ofrecer. No he encontrado mujer que se solidarice con mi carácter. Y las veces que intenté vencer al mundo para que la relación con dichas, fuera posible, esperaban ramos de flores, cartas, bombones, velas o incluso me intentaban subir a un altar. Sin entender, que no quiero más que una compañera de viaje, a la que soprender de vez en cuanto, con pequeñas tonterías, a la que le importe el día de hoy, sin tener en cuenta lo que pasará, aquella que no se ponga como un basílisco porque olvidé un aniversario, y en vez de colocarme la ropa, espere a que lo haga yo, riéndose de lo desordenado que puedo llegar a ser. Aquella mujer, que conozca perfectamente a mis amigos, y aún asi confíe en mi. Que no espere cartas, bombones ni flores. Si no llamadas de teléfono sorpresas, o escapadas a cualquier lugar, sin nada premeditado. Que cuando se despierte, aunque yo ya no este, sepa que volveré, sin desesperarse ni ponerse histérica porque una vez más se ha despertado sola. Que entienda que la quiero sin necesariamente tener que decírselo cada dos por tres, y que aunque la admire y sepa que no hay mujer mejor, no tenga que exteriorizarlo o demostrarlo de alguna manera. Pero tras mucho buscar a esa mujer, me di cuenta de que quizás pedía demasiado, por eso decidí desde aquel momento acostarme acompañado y levantarme solo y en silencio,cada día. Dejándo tras mi paso noches de locura y mujeres preciosas dormidas en la cama. A muchas hice daño y soy consciente de ello, pero nunca fue para nada mi intención, a la larga defraudo y en una noche a eso no da tiempo.Sin embargo, aquellos guantes de colores no se borraron de mi cabeza en varíos días, y sin intuir porque, presentí, que pronto volvería a verlos.

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