martes, 8 de diciembre de 2009

Alemania. Carta de una madre

Ella siempre admiró a su padre, su sufrimiento, sus ganas de darlo todo en la vida por sus hijos, que no eran pocos. Quizás habían tenido mala suerte en el lugar de partida, en el lugar donde empezó su vida. Alemania no era lugar seguro, al menos no para la mayoría de las personas.
Ella siempre había trabajado, aún así siempre encontraba hueco para jugar con sus hermanos. Trabajaba desde muy temprano hasta que llegaba el atardecer, si tenía suerte ese día tal vez tendría algo para llevarse a la boca. Sus hermanos eran unos niños muy humildes, lo que no quitaba que tuviesen que robar mendrugos de pan de vez en cuando para llenar el estomago vacío desde hacía ya muchos días.
Así era la vida de Eli, su familia a pesar de todo siempre había permanecido unida, y aunque recientemente habían sufrido la muerte de uno de los hermanos, seguían adelante. Sus vecinos eran una familia encantadora de sólo cuatro personas, y digo sólo porque en la familia de Eli eran siete. Eran amables, sencillos..Pero tenían tanto que temer.. Habían nacido con unas creencias que no eran propias del país, siempre habían tenido que huir de lugar, siempre eran perseguidos. Si no recuerdo mal el pasado verano, los hombres grises le destrozaron la barbería. Mi casa se encontraba un poco más alejada, hacía mucho que no veía a mi familia pues se encontraban al otro lado de aquel muro al que tanto odiaba.
No podía quejarme, todos estábamos viviendo situaciones difíciles, nunca entendí porque mis hijos estaban obligados a trabajar 14 horas mientras que otros por ser quienes eran tenían clases, estudios o se les entregaba la oportunidad de sumergirse en la riqueza de los libros, de la imaginación. Era quizás la mala suerte en la vida. Esos niños recibieron el calor de un hogar, la comida caliente en el plato, no una vez, si no tres veces al día, la oportunidad de tener tiempo para divertirse, niños libres. Mientras los míos muchas veces robaban para comer y los más mayores, se quedaban desnutridos al compartir su comida con los menores de la casa. Injusticia.
Mi marido ya hace mucho que dejó un vacío en esta casa. Hace unos años estuvo obligado a servir al ejército de tierra, se fue, y me prometió que volvería, cosa que nunca hizo. No le culpo, se que murió por salvarnos, por sacarnos adelante, y yo si hace falta ahora también moriré porque mis hijos crezcan sanos y algún día se puedan encontrar con el resto de la familia que se encuentran al otro lado del muro de piedra. Lucharé y no me rendiré nunca.
Yo en mi infancia fui muy feliz, vivía en una casa con muchas habitaciones, casi todas desocupadas, mis padres nunca estaban en casa, se puede decir que siempre he estado sola.
Lo tenía todo, pero lo deje, abandone todo por amor, si, como todos pensáis me enamoré de un judío, como podéis imaginar mi familia no lo entendió. Luche por aquello que me hacía sentir viva, y aunque ahora ya no este, se que mereció la pena. Me quedé sin nada para tenerle y ahora me han quitado todo.
Escribo esta carta como niña afortunada en mi infancia que tuvo el privilegio de aprender a escribir, la escribo porque no creo que me quede mucho por vivir, tengo la esperanza de que todavía exista gente buena en el mundo, personas como mi marido, y pido que si me pasa algo, mis hijos puedan ir con sus abuelos, se que atravesar el muro no es fácil, pero rezo para que no sea imposible. Por favor señor dejes le vivir. Aunque yo me vaya mi alma se queda aquí. Y desde el cielo seguiré luchando, junto con mi marido, seguiré luchando.

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