Y gota a gota, se fue desbordando el canal veneciano, mientras una pareja iluminada por la luz tenue de la luna miraba caer la lluvia desde el puente rialto. El olor a pasta llenaba cada callejón y se respiraba un aire limpio y puro. La plaza San Marcos se mostraba solitaria y abandonada, pero no por eso dejó de ser menos hermosa de lo habitual, ante ella el reloj anunciaba las dos de la madrugada. Los gatos dejaron de esconderse al parar la lluvia, el olor a tierra mojada había remplazado el de la pasta recién hecha y era hora de volver a casa. La pareja se despidió en el mismo puente y tomaron caminos separados.
-Quizás nos veamos mañana.
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