domingo, 7 de noviembre de 2010

la luna gitana y el sol poeta (Parte II)

-Oh! Pues no me cabe más esperanza que aguardar. Pues en cada eclipse sólo busco compartir mi soledad y no encuentro utilidad alguna en mostrarle otra cosa que no sea mi luz ardiente, pues mostrando mis sentimientos no conseguiré ningún propósito. Disfruto de su corta compañía y lloro triste tras tu marcha, y de nada cambiaría que le explicase que no veo otra luz que la que ella desprende, y que sólo ella me da fuerzas para salir radiante cada día sin importarme ni siquiera que las nubes tapen mis vistas a la tierra. Y moriré apesadumbrado de no poder ver cómo cantando sus nanas se refleja hermosa en el agua del Mar. Por eso debes irte, pues aquí no encontrarás más que la tristeza de un viejo Sol. Cuyas esperanzas se desvanecen al caer la noche.

-¿y Cómo es, que alguien que alegra los días de la gente tiene los pensamientos tan oscuros? ¿Cómo es que aquel, cuyo propósito cada día es despertar a las personas y alumbrar sus vidas, tiene un sentimiento amargo y triste? Gran valor demuestra aquel que pone una sonrisa en sus peores días, gran valor el que ayuda incondicionalmente sabiendo que quizás, el mismo necesita ser ayudado. Aquel que hace ver la vida de una manera positiva, aquel que tenga consejos para todos, menos para el mismo. Porque algún día recibirán lo que merecen, y de eso estoy segura.

-Nada es lo que parece ser, y si por aquellas personas debo poner mi mejor sonrisa, brillar más fuerte para esquivar las nubes u ofrecer los mejores paisajes que se puedan ver. No dudes que ante todo, están ellos. Y ni valor me sobra ni me falta para demostrar que el amor concede a los demás el poder para destruirte. Y si tan segura estás, en mi cabe la esperanza, de que algún día se me recompensará, por el dolor que siento, que ni vivo ni dejo de vivir de esta amargura.

Me desperté de golpe, atónita mire al cielo y no encontré nada más que la oscuridad absoluta, imagine que la luna se habría marchado ya, por lo que estaría a punto de amanecer. Hacía tiempo que no dormía tan de seguido. Esa noche no encontré desvelo alguno, y aunque me desconcertaron mis sueños, preparé algo para comer, y dejando el cazo a fuego lento me dispuse a escribir aquellos folios blancos esparcidos por la mesa de madera. En mi sueño, un poeta orgulloso, con aires de prepotencia llamado Sol, me explicó el motivo de los atardeceres, empecé así mis teorías sin sentido y aunque no quiso darme explicación alguna de lo que era mi gran curiosidad, al menos ya había escrito algo. Seguí sin entender los eclipses, y de tanta frustración, la comida se quedó en el cazo, y un día más, con mi paciencia se fue mi hambre.

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