martes, 9 de agosto de 2011
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Cogió despacio el bolso con cuidado de no despertarle, junto a el dormía un gato precioso de cuerpo oscuro y cola marrón, la habitación se encontraba bastante descolocada, esa noche no había sido para menos. Se calzó los tacones, se arregló rápido frente al espejo y salió por la puerta de puntillas, evitando el minimo contacto con el suelo. Allí quedo dormido con el gato un chico encantador, sensible, culto, paciente, educado, optimista y emprendedor, demasiado para alguien que calza unos tacones de mercadillo, llamó al ascensor averiado, sin darse cuenta de que hacía unas horas el alcohol que corría por las células de su cuerpo la avisaba de que las puertas no se abrirían, de que como el cartel indicaba no funcionaba. Maldiciendo su mala memoria y a la vez acordándose de la noche que dejaba atrás, bajo las escaleras descalza para no alarmar a los vecinos con sus zapatos rojos cereza. Una vez en la calle miro hacía la ventana añorando las sábanas y el calor de sus brazos, teniendo la esperanza de que se hubiese despertado para no dejarla marchar, pero no fue así. El era perfecto, pero no podía funcionar, no de aquella manera, y entre la poca luz del sol que comenzaba a salir, y el frío de un invierno que llegó con fuerza, recorrió el tramo de la calle hasta el semáforo, cruzando en verde, un conductor apunto de arrancar esperó la mala educación vial de la joven aunque no le importó lo más minimo que esas piernas largas y esa falda demasiado corta para tal invierno interrumpiesen su ruta. Ella agradeció la paciencia con la mano y desapareció por la calle principal entre la gente que perfectamente arreglada se disponía a llegar a la oficina.
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